Una vida mejor para Islam
Islam ha empezado a labrarse un futuro desde que decidió dejar su país para que le atendieran mejores médicos.
Al día siguiente de llegar al Centro de Recepción de Menores de Rótova llevaron a Islam al hospital de Gandia.
Islam no podía creer que en España funcionaran las cosas tan bien. A sus dieciséis años, la decisión firme de venir a Europa para que le curaran su enfermedad, ataxia, no podía tener mejor resultado.
En el hospital le hicieron radiografías y otras pruebas que le llenaron de esperanza, de ilusión por un futuro como el de cualquier persona normal.
— Pero Islam, ¡si tú eres una persona normal!
Este chico vivió una vida feliz con su familia, sus amigos y el colegio en su Argelia natal. Un balón colmaba todas sus aspiraciones infantiles sin percibir la pobreza, digna, de su familia. Con dos hermanos más pequeños que él, formaba un buen trío que acaparaba todo el esfuerzo de los padres.
A los doce años su cuerpo falló. Una mañana se levantó con el cuello torcido y pronto empezaron los médicos, las sesiones de rehabilitación y los relajantes musculares. Se acabaron el colegio, los juegos y la despreocupación que le correspondía por su edad. Algún periodo de mejoría con la ilusión de la vuelta al colegio se intercalaba con meses de días sentado en una silla a la puerta de casa para, al menos, ver pasar a la gente. Un año, dos tres, cuatro…
La situación económica del país obligaba a muchos jóvenes a salir en busca de mejores oportunidades de trabajo.
Se lo dijeron sus mejores amigos.
— Nos vamos a Europa. En patera.
— Yo iré con vosotros. Allí habrá mejores médicos que puedan curarme.
Sus padres se negaron a dejarle partir. Ni podían ir con él ni tenían recursos para enviarle en un viaje seguro.
Pero Islam fue socavando la voluntad de su madre y ella, incapaz de ver el cuerpo retorcido de su hijo, las muletas y su gran ilusión por curarse, convenció al padre para dejarle marchar.
Le dieron todo el dinero que pudieron y los vecinos quisieron colaborar con lo poco que tenían en ese viaje para recuperar la salud.
Salieron de noche, sin ninguna luz. Sus amigos le ayudaron como verdaderos amigos. Él apenas podía andar.
— El mar da mucho miedo, sobre todo cuando por la noche es todo negro. El cielo y el mar —dice Islam.
Llegaron a Almería a finales de 2021 y lo primero que hizo fue escribir a sus padres para que supieran que había llegado bien. De allí el plan era llegar en autobús a Francia.
Islam no pudo con ese viaje. El dolor en todo su cuerpo y el agarrotamiento de los músculos eran insoportables.
— La columna, el cuello… No lo puedo aguantar.
La patera, la sal del agua, la ropa mojada y el frío de diciembre le habían hecho empeorar. Los amigos le tuvieron que dejar en València.
Lo vio un chaval, no recuerda si marroquí o tunecino, sucio y con los bastones que apenas le permitían andar y le llevó a Cruz Roja.
Una buena ducha, ropa limpia y comida le dieron un respiro hasta que llegara la policía.
La policía le tomó las huellas y él, con un traductor, les explicó toda su situación. Le dejaron en el centro de Rótova y sin saber una palabra de español, se servía de un chico marroquí que le decía lo que tenía que hacer en cada momento.
Le explicaron que al hospital fue para determinar si era menor de edad.
— ¡Y yo pensando que todo era para saber cuál era mi enfermedad!
Pero sí que se preocuparon por su salud en el hospital. Le dieron cita para el “profesor” que le estudiaría y trataría su enfermedad.
Aprovechó en Rótova el aislamiento del contagio de coronavirus para intentar aprender palabras en español a todas horas, comer y dormir.
— Un mes y diez días, hasta que di negativo!
Después la sala de formación, el campo de futbol y un parque, hasta que lo trasladaron al Hogar Mare de Déu.
¡Hasta que vino con Pablo! Hay que ver cómo lo dice. Pablo es el director del Hogar Mare de Déu dels Desemparats y dels Innocents de Torrent donde vive como en casa. En menos de un año ha conseguido hablar muy bien español. Con el calor de hogar, el estudio, los médicos, los nuevos amigos, la gestión de su situación y, sobre todo, que le han enseñado a quererse a sí mismo.
— Le decía a Pablo: hospital, hospital, hospital. Cada día.
Y Pablo y su gente consiguieron que le ingresaran en el Hospital General. Le hicieron tantas pruebas que Islam confiaba que de allí saldría nuevo, pero le explican que la ataxia la tendrá para siempre, que le ayudarán a saber controlarla y que no le vaya a más.
El verano pasado participó en un campamento de niños de la parroquia de Requena. Les cuidó, guisó y fregó. Fue para él una experiencia extraordinaria. Ahora estudia informática en València.
Ya ha empezado a labrarse un futuro y sus padres se sentirán orgullosos de aquella determinación de su hijo adolescente por emprender un viaje arriesgado e incierto y del futuro que le aguarda porque Islam es una persona normal, inteligente, con una profunda madurez y un sentido de la responsabilidad que le hará conseguir lo que se proponga.