El cuento de los viernes21/06/2024

Un ángel de la guarda

Los ángeles de la guarda son buenos, generosos, atentos… y cuentan con un sinfín de virtudes más que ayudan a que el mundo sea un poco mejor.

Los o las ángeles de la guarda son buenos, generosos, atentos… y cuentan con un sinfín de virtudes más que ayudan a que el mundo sea un poco mejor y a que quienes se cruzan en su camino se sientan especialmente agraciados.

No es fácil distinguirlos porque las personas van a lo suyo, con prisas, preocupaciones, trabajo y trabajo y cosas así, pero Ángela tropezó con uno de ellos y pronto supo que era alguien muy peculiar.

Este ángel de la guarda, del que hoy hablamos, se encontraba en ese punto de la vida en el que estaba libre de obligaciones familiares y profesionales. Su tiempo era enteramente suyo y le sacaba un buen provecho.

Ángela, sin embargo, seguía vinculada a una buena profesión que siempre había sido su gran vocación. Viuda desde hacía muchos años, con hijos bien situados e independientes y unos nietos que aun requerían de su atención, su vida era plácida y salpicada de actividades de las que disfrutaba plenamente.

El ángel de la guarda y Ángela se encontraron en un camino que ambos frecuentaban, surgió una buena amistad y pronto esa amistad se fue estrechando, obteniendo de ella un sinfín de intereses comunes que les motivaban de igual manera.

Transcurría el tiempo y la vida les iba ofreciendo, día a día, sus afanes, proyectos y particularidades.

Al equilibrio tranquilo y previsible que mantenían le falló uno de sus puntos de apoyo y Ángela fue diagnosticada de una enfermedad importante que la llevó al hospital por un largo periodo de tiempo para recibir tratamiento y, quizás, operación.

Los médicos propusieron que podía estar acompañada por una persona que, como ella, no podría salir de la habitación mientras ella estuviera en tratamiento.

El ángel de la guarda se hizo cargo de la situación. Los hijos trabajando, los niños… y decidió, si a ella y a la familia les parecía bien, acompañar a Ángela en ese difícil camino que iba a emprender.

Los dos tendrían que compartir el estado más frágil y duro del ser humano, su desvalimiento más cruel. Ángela le iba a necesitar hasta en el más mínimo e íntimo movimiento de su cuerpo; en el miedo y en la angustia; en la súplica y la oración que llevaba siempre en mente, compartiéndola, poniendo, a veces, voz al sentir que en la mirada de ella percibía. Y el ángel de la guarda la sostuvo en el silencio que le era requerido, atento, pendiente de cada necesidad, de cada debilidad y también alentando cada atisbo de esperanza que se iba presentando.

Hay que decir, muy importante, que la sonrisa y hasta la risa discreta de los ángeles de la guarda son mágicas y tienen su efecto. Un poder, que Dios les otorga, para fortalecer y sanar las almas heridas.

Y hoy, los dos han superado con éxito la prueba. Ángela va recuperando la fuerza física y el ánimo de espíritu rodeada de la familia a la que tanto necesitaba abrazar y que tanto necesitaba abrazarla y cuidarla, de los amigos con los que recuperar los buenos ratos de la amistad y del ángel de la guarda, indeleble en su corazón, compartiendo ahora la alegría de la salud recuperada y la placidez de un futuro en manos de Dios.