Sábado Santo: El Silencio
Hoy todo el mundo calla, culpable, con remordimientos, escondido en cada casa con puertas y ventanas cerradas.
— Padre, no ha amanecido un nuevo día, ni amanecerá en mi alma. Estoy con Él en la muerte.
— El silencio oscuro todo lo cubre. No queda nada vivo en mí.
—Con Él ha caído Jerusalén, se hunde en este silencio espeso.
— Ha corrido la voz: ¡Ese Hombre era el Hijo de Dios!
— Todo el mundo calla, culpable, con remordimientos, escondido en cada casa con puertas y ventanas cerradas.
— Los poderosos, astutos, han puesto guardia ante su sepulcro por temor a que sus seguidores se lleven el cuerpo y proclamen, luego, que ha resucitado.
— Padre, ¡qué ciegos están! Ellos, que proclaman tu Palabra y dicen conocer tus leyes y las aplican.
— Tú enviaste a tu Hijo para que se dieran cuenta de que la única ley que Tú das al mundo es la ley del amor.
— Y no han sabido verlo, los duros de corazón, los engreídos, los necios cargados de poder.
— Padre, este silencio de espera me consume, me atenaza el corazón y no me deja respirar.
— Yo también estoy a oscuras, con la puerta y las ventanas cerradas. No quiero escuchar ni ver.
— Solo esperar.