Análisis y reflexión24/12/2024

Nochebuena

"…Jesús nace en un portal, llene la tierra la paz del Señor, llene las almas la gracia de Dios…"

Dios está muy preocupado esta noche.

Él siempre ha querido que su Hijo naciera donde más se le necesite, donde la pobreza y el dolor tuviera a la gente vacía de toda esperanza.

Esta Nochebuena  encuentra al mundo tan revuelto que la tristeza y la pena le hacen dudar del lugar más idóneo desde donde su Hijo ofrezca al mundo su luz inmortal, la certeza de la bienaventuranza.

— Pero, Señor, si siempre ha sido igual, —dicen unos cuantos ángeles al unísono—.

— Lo sé, lo sé, —replica Dios—. Pero es que me gustaría que Jesús, esta noche, nazca en un sitio anegado por la resignación, sí, pero en el que ya hubiera brotado una pequeña chispa de esperanza para que Él la alentara, que la hiciera crecer e inundar el mundo, a ver si de una vez, sin interferir en su libre albedrío, el ser humano se mirara en los ojos del hermano sintiendo que solo juntos se puede conseguir la paz y la justicia. Que esa chispa sea ejemplo para los duros de corazón, para los que solo en el poder y el dinero ven satisfechas sus aspiraciones.

Dios, que es muy receptivo a las opiniones de los ángeles, esta Nochebuena quiere dejar a su Hijo en uno de los tantos márgenes que tiene la vida, pero necesita que los ángeles den su opinión.

Entonces se da cuenta de que el ángel más tímido de todos, el más callado, levanta la mano pidiendo permiso para decir algo.

— Te tengo dicho —le dice Dios— que no tienes que pedir permiso para compartir lo que piensas. ¿Has oído hablar de la tormenta de ideas que utilizan las empresas en la tierra? Pues de ahí salen sus mejores decisiones y nosotros también lo tenemos que hacer así. Hala, dinos lo que piensas.

— Dios mío y Señor mío, es que estos días estoy ensimismado mirando un lugar en la tierra que se llama Valencia, donde el agua ha arrasado barrios enteros de algunos de sus pueblos y los ha cubierto de lodo y han acudido muchos muchos voluntarios…

Dios le mira bondadoso y…

— Espera, espera muchacha. Aquí tengo calcetines y unas botas. Con esas sandalias no puedes caminar. Se te hunden en el barro a cada paso que das. Yo te las pongo. Apóyate en mi hombro. Y toma esta manta para el bebé. Perdona que no hable muy bien castellano, es que hace poco que vivo en España.

María sonríe a la joven y continua caminando muy despacio, mirando coches apelotonados, puertas, ventanas y paredes reventadas, amasijos de muebles y electrodomésticos, personas con la desesperación en la mirada, incapaces de reaccionar ante tanta desgracia. Y también, a otra mucha gente, sobre todo jóvenes, que, con el vigor que da un cuerpo joven y un corazón comprometido, incansables, bien organizados, sacan muebles inservibles, arrastran barro a las alcantarillas y echan algún brazo por los hombros a personas, sobre todo mayores, deshechas y desvalidas.

José camina tras ellos, encogida el alma por todo el dolor que ve a su paso, pero pendiente de que María no diera un traspiés y cayera con el Niño al suelo.

María, que se cuida de no tropezar, levanta la mirada y encuentra la de un grandullón de tez muy oscura. Es una mirada dichosa y compasiva y a la vez les sonríe con ternura.

Tras mirarse unos segundos, el voluntario grandullón solo le dice una palabra:

— ¡Madre! —con una ternura y una devoción que parece que la humanidad entera es la que susurra—.

Y María tiende los brazos hacia él, que recoge, entre los suyos, al Niño recién nacido. Le acuna con cuidado y siente su calor en su propio cuerpo. 

José también está emocionado con lo que está ocurriendo.

Un grupo de chicos y chicas, con palas y rastrillos en las manos, se acercan y les dicen que deben acercarse al puesto que tiene Cáritas unos metros más adelante.

— Allí os darán algo de comer y mucho calor. El Niño se va a constipar si seguís por aquí.

Dan las gracias y despacio se acercan a un bajo a medio limpiar. Una madera y unos caballetes hacen de mesa y las voluntarias más mayores del grupo, con los corazones de Cáritas en el pecho, reparten, incansables, bocadillos, agua y café a la interminable cola de personas que esperan para comer algo.

En la cola, en cuanto ven a la pareja con el recién nacido, les hacen pasar. Una voluntaria vuelca un cubo de goma y hace que María se siente. Y el Niño, ajeno a lo que ocurre, duerme plácidamente en brazos de Madre.

— Déjamelo si quieres y come algo, —le dice otra voluntaria— y te preparo un vaso de leche bien caliente. Y a usted también, señor. La voluntaria, experta abuela, tararea a Jesús un villancico.

«…Jesús nace en un portal, llene la tierra la paz del Señor, llene las almas la gracia de Dios…».

Y allí se quedan un buen rato María, José y el Niño, arropados por la inmensidad del Amor de quienes sí que se miran en los ojos del prójimo dándole acogida y mejorando su vida para engrandecer ese mundo nuevo a imagen y semejanza de Dios.