El cuento de los viernes10/01/2025

Noche de paz

Aunque ya han pasado unos días de la Nochebuena, #ElCuentoDeLosViernes de esta semana puede valer para cada día del año.

Una Nochebuena así ha podido ocurrir en cualquier lugar del mundo, en cualquier época, donde las guerras se apoderan de la vida, se enseñorean con la destrucción y la muerte de territorios creados para la armonía y la paz.

Pues en una de esas guerras se cuenta, cierto o no, que ambos ejércitos están atrincherados en zanjas inmundas de humedad y desperdicios, separadas por unos metros de barrizal convertido en campo de batalla. A la orden del superior, empieza la lucha, los soldados salen, fusil en mano, unos frente a otros y los uniformes se van tiñendo de rojo, amontonándose en el suelo. Después, un tiempo para retirar a los heridos y los muertos, hasta la nueva orden.

Antes de empezar la guerra, las guerras, los líderes políticos hablan, enardecen, jalean, al pueblo desde los balcones de sus elegantes despachos, desde donde seguirán la guerra dando instrucciones para destruir más y mejor. Hay que defender al país, eliminar al enemigo, alentaban a los hombres jóvenes a luchar, hasta el sacrificio más extremo.

Ahora, las guerras siguen igual pero con métodos más sofisticados, matando y creando la destrucción más precisa.

Entonces, centenares de jóvenes idealistas, “patriotas”, de corazón noble y entregado, creyendo que podían defender con las armas su país de un enemigo que acechaba, se alistaban voluntarios, con coraje e ímpetu.

A la primera salida de las trincheras, fusil en mano, se fueron dando cuenta, en un bando y en el otro, que se enfrentaban, que mataban a colegas, a chicos de mirada tensa y asustada, estudiantes y trabajadores, con familias que les esperaban en casa.

La guerra se alargó y se alargaría algún año más en los que fueron cayendo más y más inocentes, muchachos en los que las certezas, las convicciones, se fueron convirtiendo en el desengaño más cruel y la conciencia más asustada.

Es Nochebuena en el norte de Francia. En las trincheras, el frío es intenso. Los soldados han tenido una ración de cena especial y se han acomodado, como han podido, para dormir un poco, mirar fotos, releer cartas o escribir a los suyos. En silencio. No hay ganas de hablar, porque las palabras ya no tienen sentido y se esconden de ellas.

Un chico muy joven se levanta despacio, sube a campo abierto, sin fusil ni trapo blanco y cara a la otra trinchera empieza a entonar el villancico “Noche de paz”. Una voz nítida, insegura al principio y, enseguida, cargada de amor, de fortaleza, de esperanza.

Tras él van saliendo otros jóvenes, con velas encendidas, que se unen al cántico que celebra el nacimiento de un Niño, Hijo de Dios, hecho Amor, Paz y Humanidad.

El borde de la otra trinchera se fue poblando también de chicos con velas, que avanzaban para juntarse con los otros y entonando, al mismo compás, en otras lenguas:

“Llene la tierra la paz del Señor

llene las almas la gracia de Dios”