Mohammed Elarbouni: «La humanidad es así, no es de ser de un país o de otro»
Hoy celebramos el Día Internacional de las personas migrantes con el fin de reconocer sus esfuerzos, aportaciones y derechos.
A 18 de diciembre. Celebramos el Día Internacional de las personas migrantes con el fin de “reconocer sus esfuerzos, aportaciones y derechos a nivel global”.
No podemos decir que sea un colectivo ajeno a cualquiera de nosotros. En presente y en pasado. Este día ponemos especialmente la mirada en ellos y ellas, en la dureza de sus porqués, la vida que dejan atrás, qué buscan y qué encuentran entre nosotros. Qué deberían encontrar. Salir a flote, en idiomas y costumbres desconocidos, muchas veces sintiendo el rechazo, adentrarse en una ciudadanía donde encontrar los derechos humanos que les permitan llevar una vida digna, una estabilidad y un futuro.
«Pues que se vuelvan a su tierra”, se oye decir con demasiada frecuencia, sin analizar ni reconocer que forman parte, enriqueciéndolos, de nuestra economía, sistema laboral, procesos productivos y, muchas veces, en puestos de trabajo de baja calidad. ¿No les vemos en nuestras calles, acompañando a personas que ya no pueden valerse por sí mismas? Paseos tranquilos, imprescindibles y en casa, ocupándose del trabajo doméstico, de la atención y la compañía. ¿Podemos imaginarles, cuando compramos alimentos frescos, en el campo, recogiendo cosechas y plantando las que inician un nuevo ciclo? ¿O en la obra, o barriendo aceras y cuidando jardines, o en cualquier bar de barrio o en restaurantes de nivel?
Son personas que deben estar integradas entre nosotros, con las mismas necesidades y las mismas aspiraciones, como Mohammed Elarbouni, un joven de 24 años que se esfuerza por ganarse la vida, para ser uno más en la sociedad y que nos cuenta su historia y su compromiso con una Valencia que sufre…
Mohammed, como tantos otros jóvenes, salió de su casa en València, el 30 de octubre pasado, dispuesto a ayudar en lo que hiciera falta en los pueblos destrozados por la riada.
Es de Marruecos y a València llegó a principios del 2022. Quería mejorar su vida y la de sus padres y hermanos que quedaron en su país. Tuvo que vivir en la calle haciéndose a la idea de que debía tener paciencia, esperar antes de estar en condiciones de tener los permisos para conseguir un trabajo que le diera para vivir y enviar dinero a la familia. No conocía el idioma y empezó ganando jornales en el campo. Cortar naranja, coger patatas, cebollas…
— Es mejor que nada, dice Mohammed.
Su hermano, más pequeño, también decidió seguir sus pasos, venir a España con el mismo propósito, mejorar su vida y ayudar a los suyos. Por él, Mohammed conoció a Cáritas y empezó a ver un atisbo de seguridad, una mano amiga para encontrar el camino y un porvenir.
— Con ellos, sigue relatando, empecé a aprender el idioma. Me ayudaron con los papeles y ahora tengo los de arraigo socioformativo. Es un permiso de residencia, —dice con orgullo—. Comparto un piso de Cáritas con mi hermano y otros chicos como nosotros y aprendemos a convivir, a entender las normas de aquí, a cumplirlas y a respetarlas. Me están preparando muy bien. Casi es como si fuera de aquí. Trabajo, estudio y tengo amigos. Antes de Cáritas no tenía nada. Ahora tengo confianza.
Ese día de final de octubre, Mohammed ve en vídeos lo que estaba ocurriendo en los pueblos donde el agua desbordada arrasó barrios enteros. Vio a mucha gente que iba a ayudar y se preguntó si él se iba a quedar en casa sin hacer nada.
— ¿Es preferible eso que ayudar a la gente con la mala situación que están viviendo allí?
Y se fue a hacer lo que pudiera. Su hermano y sus amigos también fueron. Primero a La Torre, después a Massanassa, Paiporta y un día en Catarroja. Trabajaba tres o cuatro días y descansaba uno, quitando barro de calles, locales y de algunas viviendas. Había gente que se extrañaba de que siendo extranjero estuviera allí trabajando tanto.
— Es que la humanidad es así, —respondía Mohammed—. No es de ser de un país o de otro.
Así piensa, cargado de razón.
Mohamed va dando pasos hacia adelante. Ya le han hecho un precontrato en un almacén en Albal.
— Es escalón a escalón hasta que llegas a tu objetivo. Se lo cuento a mis padres para que se pongan contentos y les he mandado fotos quitando barro. ¡Qué bien!, dicen ellos.
La humanidad, como dice Mohammed, no es de ser de un país o de otro. Es de todos juntos, trabajando por un mundo más justo, con leyes que protejan a su ciudadanía y que la migración no sea una huida por miedo o la falta de recursos para una buena parte de las poblaciones sino una opción tomada en plena libertad.