Hermana Clara Medina: «Me ha sorprendido, sobre todo, la capacidad del ser humano para amar»
La hermana Clara y su Comunidad de Salesianas Misioneras, se pusieron manos a la obra enseguida.
Nada hacía presagiar que esa mañana del 31 de octubre la comunidad de la hermana Clara se encontraría, cara a cara, con el rostro sufriente de Cristo en las cientos de personas que, asombradas e incrédulas, con la mirada perdida entre agua, barro, enseres y coches que anegaban calles y casas, no sabían reaccionar ante la brutalidad de lo que estaban viviendo.
La hermana Clara Medina, de la Comunidad de Salesianas Misioneras de Alzira. Recuerda que la tarde del 29 de octubre llueve con fuerza. Suena la alerta ya en la noche y es al día siguiente cuando empiezan a ver en las noticias el desbordamiento de algún río y barrancos que habían hecho de las suyas. Sin buena cobertura en el móvil, la poca información que les llega es que la cosa es grave. En Algemesí hay personas que se sienten abandonadas y solas porque nadie de afuera sabe lo que está pasando. No pueden comunicarse.
Las religiosas deciden subir un vídeo a las redes diciendo que no saben lo que está pasando en Valencia y que rezan por lo que pudiera haber ocurrido.
En la tienda del pueblo escuchan que Algemesí está muy mal y la gente incomunicada.
«Fue todo muy providencial», nos dice Clara.
«¡Habrá que ir!», pensaron.
Sin pensar si podían salir de casa, lo que estaba inundado o no, al día siguiente, la hermana Clara y el resto de la comunidad cogen el coche. Como pueden, llegan a Guadassuar y ya se encuentran con el caos tantas veces descrito en las últimas dos semanas.
— ¿Esto qué es? ¡Esto es apocalíptico!, —se dicen las hermanas—.
Siguen avanzando hasta llegar a Algemesí y siguen caminando sin rumbo.
—No sabíamos ni donde estaban las parroquias, continúa la hermana Clara. Ir a ver si alguien necesita ayuda era lo inmediato—.
Ese día se metió en un grupo de Telegram, “Afectados de Algemesí”. «Éramos cuarenta personas, a día de hoy somos veinticinco mil. Alguien dijo en el grupo que tenía un familiar en el pueblo que no estaba bien. Le pedí la dirección y llegamos a su casa. Necesitaba agua y algo de alimentos. Pudimos llevárselo. Vimos una iglesia. Hecha polvo. Estaban los dos sacerdotes de la parroquia, San Pío X, que son amigos nuestros».
— Venimos a echar una mano, ¿qué hacemos? —dijeron las religiosas—.
Les piden que ayuden un poco, con otros grupos, a limpiar la parroquia para poder acoger a quienes se hayan quedado en la calle.
— Lo que de verdad necesitamos ahora es que vayan a visitar a algunas familias de la parroquia que no sabemos si están vivas o no. Si están bien, ofrezcan ayuda, —les propusieron los sacerdotes—.
Sigue la hermana Clara relatando que ese día ya hay un poco de cobertura en el pueblo pero siguen sin luz y sin agua en muchos barrios.
—Nos dan dos direcciones y, como podemos, llegamos a las casas y ya las estaban limpiando. Nos quedamos con las familias sacando barro todo el día. Llegó un grupo muy grande de voluntarios y nosotros volvimos a San Pío X. Allí, espontáneamente, desde el día anterior, el movimiento de la parroquia se había organizando para estar juntos y ver necesidades de la gente de alrededor que acudía diciendo: «no tengo qué comer», o «¿me podéis ayudar a limpiar?». Y gente que venía a decir: «Vengo a ayudar, ¿dónde voy?».
Se generó un vínculo extraordinario. Nosotros estuvimos allí los tres primeros días ayudando a limpiar casas, visitando familias, ayudando a ordenar las donaciones que llegaban, a repartirlas…».
Después del tercer día ya iba mucha gente a ayudar y les dijeron que fueran a la parroquia San José Obrero, en el inicio del barrio del Raval, uno de los más pobres de toda España, que lo estaba pasando muy mal.
Encontraron al sacerdote, el querido padre Thomas, solo, con una familia, limpiando la iglesia. Allí encontraron un verdadero desastre. Todavía el agua y el barro lo llenaban todo. Los bancos habían bailado por la fuerza del agua que llegó a más de metro y medio.
— Padre, ¿por qué no pide ayuda? —le dijimos—.
— ¿Cómo voy a pedir ayuda si cualquier familia está en esta misma situación?
«Nosotras nos quedamos allí, explica Clara. Desde el principio empezamos a subir vídeos llamando a la gente, diciendo que en este pueblo no habían nadie, que necesitábamos manos para quitar todo el barro de las calles, de las casas. Las familias no podían salir».
Empezaron a recibir muchos mensajes y el apoyo de la Universidad Católica de Valencia porque un hermano de comunidad, el padre Alejandro, es capellán de la sede de Alzira. Cada día empezaron a llegar grupos importantes de jóvenes. Llegaron a ir hasta cuatrocientos cincuenta voluntarios, de toda España, para apoyar directamente en lo que se estaba gestionando desde la parroquia San José del Raval. Pudieron ir cubriendo las necesidades del barrio. Fueron recibiendo llamadas ofreciendo: «tengo cinco furgonetas con productos de limpieza y dos de comida. Lo llevo a la parroquia San José»; «tengo un camión lleno de víveres…».
Y se dedicaron, con otras decenas de manos y corazones, a limpiar la parroquia y a convertirla en lugar de acogida, de entrega y reparto de alimentos, de ropa, de productos de aseo, de limpieza… Así durante cinco días, cuando finalmente, derivaron las ayudas que llegaban a otros sectores que tenían una organización más completa.
«Seguimos estando allí. Preparamos una pastoral de escucha y como teníamos tantas personas buenas que querían ayudar hicimos varios grupos y uno solo se dedicaba a tocar, puerta por puerta, para escuchar, para abrazar, para hacer presencia. Para ver cómo estaba la situación y cómo iba latiendo el corazón en el barrio», explica la hermana Clara.
Y añade: «A mí me ha sorprendido, sobre todo, la capacidad del ser humano para amar. Personas que lo han perdido absolutamente todo, he entrado en sus casas y lo he visto, cómo te acogen. Con qué confianza, con qué cariño, con qué agradecimiento, con qué esperanza… Hemos visto la bondad del ser humano. Ya conocemos a medio barrio del Raval. ¡Antonio!, ¡Paco!, ¡Carmen!, ¡José!, ¡Benito!… Es bellísimo. Estar presentes como Iglesia, como Iglesia estar a pie de barro. Nos sentimos llamados a estar con la gente que nos necesita y sostenidos con la oración, pues no hay acción sin contemplación».