Encarna Vera: «Nadie se podía esperar la inmensidad de la tragedia»
Como a tantas otras personas, a Encarna, le está costando asimilar lo que ocurrió el pasado 29 de octubre.
Como a tantas otras personas, a Encarna Vera, le está costando asimilar lo que ocurrió el pasado 29 de octubre. Ahora, con los suyos, todos a salvo, tiene que centrarse en volver a esa “normalidad” que no se sabe ni cómo va a llegar.
Encarna es una colaboradora incondicional de Cáritas parroquial de Utiel. Es catequista también, se ocupa de la liturgia de las celebraciones y, profesionalmente, de clases de Religión en Requena. Resumiendo, trabaja, vocacionalmente, para Dios a jornada completa.
Ella y su marido han perdido hogar y viñedos pero han salvado la vida. Ellos y también su hija, su yerno y su pequeña nieta de nueve meses. Todos de una forma casi, casi milagrosa.
Plena de serenidad y agradecimiento, nos relata cómo vivió su familia aquella tarde de 29 de octubre.
Afirma Encarna, como todos, que «nadie se podía esperar la inmensidad de la tragedia».
«Fue una vecina, mientras comíamos, la que vino a decirnos que quitáramos los coches. —¡Mirad como sube el agua del río!— Yo vivo en una planta baja, pero en una parte alta del pueblo. ¡Mi casa está alejada del río! Aun así, mi marido salió a colocarlos más arriba. Ya sabemos lo precavidos que son los agricultores.
Casi a la vez, mi hija, que vive en el piso de arriba, bajó aporreando la puerta para que nos fuéramos. —Mama, mira como viene el agua—».
El agua les llegaba a la cadera. Con una fuerza impresionante. En cinco minutos. Y diluviando. Sin pensarlo, salieron con lo puesto y la bebé bien abrigada. Su marido ya no sabían dónde estaba. Pudieron llegar al hotel, que está un poco más alto y cogieron una habitación.
«Yo, —añade Encarna—, salí a buscar a mi marido. A gritos, mezclados con los gritos de otra mucha gente que llamaba a los suyos o pedía auxilio. Lo vimos en la terraza de casa, cubierto con un plástico y con el agua por la rodilla. Él no se daba cuenta de lo que había por la calle. Una casualidad hizo que unos bomberos pudieran rescatarle. Nada más bajarle, el agua se llevó el muro de casa, lo reventó. Lo hemos perdido todo. Todo. Hemos tenido que tirar hasta las puertas. El piso de mi hija solo ha tenido algunas grietas y goteras porque los bomberos tuvieron que pasar por encima de los tejados para rescatar a otros vecinos de la calle. A un matrimonio con un bebé de tres meses. A todos por los tejados.
De mi yerno, sigue Encarna, tampoco sabíamos nada. Estaba trabajando en una bodega, a unos kilómetros de Utiel, y allí los empleados se habían quedado aislados, sin cobertura de móvil, sin agua, ni gas, ni luz. Habían caído torres eléctricas.
Él tampoco sabía nada de su mujer y su hija. Como el resto de compañeros.
No hay palabras.
Cuando mi hija puedo hablar con él, tampoco hay palabras para describir los sentimientos que se cruzaron.
Nos quedamos dos días en el hotel porque en casa no teníamos nada. Después, en casa de mi hija y ya, mi marido y yo, por la noche, vamos a La Torre, una aldea de Utiel que es donde tenemos las viñas y un garaje para el tractor y los aparejos de labranza, con un poco de vivienda. Aprovecho para poner lavadoras y para tranquilizarme».
Ahora, Encarna y su marido empiezan a gestionar las pérdidas materiales. El seguro del coche, albañiles, carpinteros…
Encarna ya ha recuperado las clases y la viveza de su alumnado, que le da nueva vida.
Cuando los conocidos le preguntan como están, ella siempre contesta lo mismo, «¡vivos!». Y agradece a Dios, en cada pulso de su corazón, que ante tanta desgracia, su familia se haya preservado intacta.