El juego del parchís
Vuelve #ElCuentoDeLosViernes, que, como siempre, es más realidad que cuento.
Jorge sabía muy bien a lo que se arriesgaba con esta huida hacia adelante que había emprendido.
Lo que dejaba atrás no sería mejor de ninguna de las maneras. Su puesto de docente y responsable de laboratorio en el politécnico lo perdió por mostrar su desacuerdo con el régimen de gobierno de su país.
No se rindió. Sacó el permiso para conducir camiones y consiguió un puesto de camionero. Tampoco se desanimó. Quiso seguir luchando. Por su familia y por su pueblo.
Lo despidieron a las pocas semanas de haber empezado. Sin motivo ni explicación.
En unos meses, como tanta gente, no consiguió otra oportunidad y tomó la decisión de marcharse. Sus ahorros y la venta de lo poco que tenía le darían para el billete de avión y poco más.
Un contacto le propuso venir a España, a València y le convenció. Mientras no tuviera regularizada su situación, podría trabajar en el campo o en la obra o cuidando a personas mayores. Con poco salario, pero le daría para comer.
Al llegar a València, Jorge tuvo la suerte de encontrar gratis y provisionalmente un alojamiento en una casa parroquial que acogía a personas como él. Acudió a Cáritas, tramitó el asilo, se inscribió en cursos que más adelante le facilitaran la empleabilidad y a las pocas semanas se le presentó la oportunidad de un trabajo.
— ¿Cuidarías a un hombre con Alzheimer?
— Sí.
Rotundo. Sin dudarlo. Habló con el hermano del enfermo y pronto congeniaron. El trabajo sería difícil porque el enfermo rechazaba a todos los cuidadores que había tenido. Era un hombre de setenta y cinco años que también fue docente, educado y culto pero la enfermedad había hecho estragos en él.
El hermano, más joven que el enfermo, presentó a Jorge como un amigo suyo.
— Pepito, quería pedirte un favor. Mira, es que ha venido este amigo mío, que vive fuera, y he pensado que podría quedarse en tu casa un par de días. Tendríais mucho de qué hablar porque es profesor como tú.
— ¿Y por qué no se queda en tu casa?
— Porque no tengo habitación, —mintió el hermano—.
Pepito no estaba muy conforme pero como era profesor le podría contar cómo andaban las cosas por las aulas.
— Pero solo dos días, ¿eh?
Jorge empezó a empaparse en Internet de todo sobre el Alzheimer, cómo tratar al enfermo, cuál era la alimentación más conveniente, el ejercicio…
A la media hora de llegar Jorge, Pepito ya no se acordaba de lo de los dos días.
— Y tú, ¿de qué das clase?
Jorge le contaba todo lo que creía que podía interesar al enfermo.
Los primeros días fueron algo tensos. Se quedaba dos noches a la semana con él y el resto volvía a la casa parroquial.
Paseaban todos los días, tomaban café en alguna terraza y hablaban sin parar.
Jorge ponía en juego toda su entereza, su paciencia y sus cualidades de buen comunicador.
— Jorge, ¿que no te quedas a dormir esta noche?
— Ah, pues sí, si a ti te parece bien.
Jorge encontró en un armario, haciendo sitio para sus cosas, lo que parecía ser un juego.
— Pepito, ¿qué es esto?
— Pues, ¿qué va a ser? ¿Es que no lo ves? ¡Pues un parchís!
El hermano de Pepito contaba que los dos, enfermo y cuidador, habían empezado a jugar al parchís unas partidas de lo más interesantes. Uno, no se acordaba de jugar y el otro, no sabía cómo se jugaba. Cada uno ponía sus propias reglas, que debatían minuto a minuto, con la intransigencia de uno y la habilidad del otro.
Pasaron las semanas, unos meses ya, y Pepito, con la enfermedad avanzando, reconocía a Jorge como alguien de casa, como si toda la vida hubieran vivido juntos. Se enfadaba por cualquier cosa, se enfurruñaba y al momento preguntaba a Jorge si salían a pasear o si jugaban al parchís.
El hermano de Pepito había pasado de congeniar con Jorge a admirarlo profundamente y el parchís se había convertido en un símbolo de resiliencia.
Jorge había encontrado un trabajo humilde por el que le pagaban lo que él había pedido: un extraño hogar, unas valiosas amistades y un hueco en sus sueños que hablaban de una esperanza de vida en la que la libertad y la justicia ocupaban un papel importante.