Domingo de Resurrección: la fidelidad de la gloria
Las mujeres vuelven a casa para dar la buena nueva: ¡Cristo ha resucitado!
Están alborozadas. Se abrazan, ríen y lloran de alegría al mismo tiempo.
La mañana es esplendida. La hierba de los bordes del camino salpicada de rocío. El sol apunta por el horizonte y revive el aroma de los brotes de olivo. Es la primavera y todo canta la gloria de la palabra cumplida.
Las mujeres vuelven a casa para dar la buena nueva: ¡Cristo ha resucitado!, ¡Cristo ha resucitado! No se cansan de repetirlo a todo el que se les cruza a su paso. Con seguridad. Con confianza fiel.
Pedro y Juan también se dirigen al sepulcro y ellas les dan la gran noticia. Corren los hombres y encuentran vacía la cavidad que había cobijado el cuerpo de Jesús.
María Magdalena, María la de Santiago y Salomé cuentan, ya en casa, lo que el Maestro les ha dicho. Va al encuentro del Padre, pero volverán a verle.
Ahora su fe y su fidelidad se hacen más intensas si cabe. Más solida y comprometida. Es el momento de otra espera cargada de preguntas.
¿Qué espera Jesús de ellos?
¿Cómo podrán anunciar el Reino de Dios unos humildes pescadores?
Jesús hará de estos hombres y mujeres verdaderos apóstoles, testigos de la grandeza de Dios y este día de gloria será el primero en el que se dan cuenta de la grandeza que Dios, a través de su Hijo, había depositado en ellos.