Agentes de Cáritas20/11/2024

Del Centro de acogida San Esteban a la zona cero

Jeremie es una persona muy especial. Sabe muy bien lo que es el sufrimiento y está dispuesto a ayudar cuando lo encuentra en su camino.

Jeremie acaba en este momento la clase de su taller de restauración en el programa prelaboral Mambré de Cáritas Valencia.

— ¿Es lo que te gusta, Jeremie?

— Es lo que hay en este momento. A mí me gusta lo que sea. Solo quiero trabajar. Lo que me salga, lo aprovecharé.

Jeremie Luta es una persona muy especial. Ha pasado por mucho en la vida. Sabe muy bien lo que es el sufrimiento y está dispuesto a ayudar cuando lo encuentra en su camino.

— Por ejemplo, con lo que ha pasado ahora con la DANA, me dije, vamos a echar una mano a lo que podamos hacer y vamos a hacerlo.

Jeremie, el 30 de octubre pasado, salió bien pronto del centro San Esteban de Cáritas donde vive y al poco volvió provisto de un buen sombrero, botas de goma, una mochila, prestada por un compañero, que había llenado de alimentos recién comprados, una garrafa de agua y…   

— El primer día fui a Catarroja. Saqué barro, muebles, de todo. El segundo día igual, junto a los militares. Después ya en Alfafar, hasta que se me necesite.

Procede de la República Democrática del Congo. Había estudiado el bachillerato de matemáticas-física pero pensó que qué iba a hacer allí. No había faena y si te pones a trabajar te pagan muy poco. Y salió en busca de su futuro.

— Llegué aquí de país en país. Salí en 2001, con veinticinco años. Allí dejé a mis padres y mis hermanos. Ricos no, pero no les falta de comer. Mi hermano me dio dinero y fui de país en país buscándome la vida. No de semanas en cada uno, a veces de años.  Al otro Congo, Camerún, Nigeria, Benín, Níger, Argelia, Marruecos y ya a Ceuta. A nado con chaleco salvavidas.

Tuvimos suerte. Una patrulla de la Guardia Civil del Mar nos recogió. Nos entrevistaron en la comisaría y ya después fui a Cullera, como refugiado. Tenía la tarjeta amarilla y permiso para trabajar. Entré de peón en la construcción. Me fui a Madrid y trabajé en una fábrica preparando pedidos.

Volví a València en 2023 y es que València me quiere a mí porque no me deja nunca, tira mucho de mí. Empecé a encontrarme mal con un pequeño dolor en la nariz. ¿Esto qué es?, me pregunté. Estaba pasando una mala situación. No encontraba trabajo. Primero me pagaba una habitación pero me quedé sin dinero y empecé a vivir en la calle.

Tenía un linfoma, lo pillaron rápido y ahora, gracias a Dios, estoy curado. Tuve que pedir ayuda. Fui a Cáritas diocesana. Fui al hospital y después a Castellón con tratamiento, a una residencia de monjas. 

De nuevo a València, curado ya, y vuelvo a Cáritas. Me faltan las palabras para agradecerles todo lo que han hecho por mí. Estoy viviendo en el Centro de acogida San Esteban, haciendo el taller y buscando trabajo. Voy también al médico, a los servicios sociales y en el tiempo libre a ayudar en Alfafar con mascarilla, guantes y botas, como todos».

La mochila que lleva Jeremie a la espalda es muy pesada pero ha encontrado las personas que le ayudan a sostenerla y aligerarla, a una València que le quiere y su mirada bondadosa se ha tropezado con el desastre que ha inundado la vida de cientos de valencianos y valencianas de dolor y de pérdida. Se ha echado a la calle, provisto de lo necesario y codo con codo con su pueblo de acogida limpia barro, saca trastos, da agua y con ella su corazón inmenso. Ha encontrado la oportunidad de devolver lo que siente que ha recibido y lo seguirá haciendo allá donde se le necesite.