El cuento de los viernes05/07/2024

Amigos

El cuento de hoy es un gran capítulo del más puro evangelio.

Cada vez que va a Cáritas, Saúl despliega toda su simpatía y estima por las compañeras que le atienden. Les cuenta, una y otra vez, su situación, lo que hace, dónde va, que ellas conocen muy bien. Le escuchan, le animan, ríen sus gracias con afecto y con compasión y le ayudan con alimentos y algo de ropa que es lo único que pide. Cuando las encuentra por la calle los saludos amistosos no tienen precio.

Ellas, las de Cáritas, lo valoran en toda su importancia porque saben que Saúl, a sus cincuenta y pico de años, no va a mejorar su forma de vida. Es una buena persona. Las cosas se le torcieron hace ya mucho tiempo. Perdió el empleo y la familia pero nunca la bondad, la generosidad, ni las ganas de vivir.  Las chapuzas le salen cada vez menos y es que el daño que lleva dentro no le permite ni ese trabajo esporádico y mal pagado. Solo le encargan algún arreglo aquellas personas que le quieren ayudar. 

Pero a las de Cáritas había algo que no se les pasaba por alto. Comentaban, entre ellas, que no les parecía nada bien lo que este hombre hacía cuando iba a recoger los alimentos próximos a caducar que les proporciona un comercio  local.

Saúl, que vive solo, pedía cantidades que todas sabían que eran desproporcionadas para su consumo.

— ¿No tenéis nada para que me haga un arrosico? ¿Algo de pollo y verdura? ¿Y fruta? Es que como mucha, que me sienta bien.

Para desayunar, los dulces que sean  le vienen bien. Y en cantidad.

— Mira, ¡que tengo buena gana comer!

Ellas le daban lo que consideraban que necesitaba… y un poco más.

— Saúl, no es bueno que comas tanto y menos mal que no engordas, —le decían entre irónicas y regañadoras—.

Sabían que aquello encerraba un misterio pero no se atrevían a pedirle explicaciones hasta que, por sí solo, se descubrió lo que pasaba.

Una derivación de la trabajadora social llevó a Paco a la Acogida. Tomó asiento, apoyó los codos en las rodillas y, con la cabeza entre las manos, empezó a llorar.

Las de Acogida, que le conocían de toda la vida, acercaron sus sillas a la de él y esperaron a que se calmara.

— Es que esto me da mucha vergüenza.

No era la primera persona a la que ayudaban en secreto por el mismo motivo. La vergüenza.

Estuvieron un buen rato con él. Ellas le calmaron, él se desahogó y un patrón calcado del de Saúl se presentó aquella mañana en Cáritas.

Eran amigos y esa vergüenza de Paco hacía que Saúl mostrara siempre una “gana comer” insaciable.

Ese día de Acogida, le rellenaron la ficha a Paco con todos sus datos y él se comprometió a acercarse, poco a poco, al reparto de alimentos porque la gente que le viera pensaría que una nueva ruta empezaba para él y ese iba a ser su primer paso.

 ¿Y Saúl?

Pues Saúl, que sostenía, como podía, a Paco en toda su desventura, llegó a Cáritas y dijo:

— ¿Qué? ¿Ya se ha descubierto todo el pastel?

— Anda, pasa y cállate. Desde ahora, te pondremos lo que te corresponda y, si no va a bajar Paco, nos pides lo de él.

Las voluntarias de Cáritas no era la primera vez que veían gestos de generosidad entre las personas que menos tienen, las más vulnerables, las más vulneradas y sintieron que la amistad entre estos dos hombres desechados de la sociedad, eran un gran capítulo del más puro evangelio.